Niños y niñas en programas de televisión como
reclamo para engordar las audiencias mientras nos recomiendan proteger a la
infancia de la nefasta influencia de los medios...
Si la niña canta o baila ¿quién sabe si
llegará a ser una artista famosa?; si el niño se despacha bien en la cocina,
quizás de mayor sea un chef con estrella Michelín...
Si no hace más que llorar o reír, es lo que se
busca: atrapar una audiencia que fisgonea las emociones que transmite la fría
pantalla de plasma.
Y, además, todos contentos. Los abuelos solitarios por fin pueden soñar
con sus nietos a través de esas personitas que se los recuerdan; las madres y
padres comparan las habilidades de sus hijos con el modelo de la tele, por si
acaso pudieran acudir al próximo casting o, simplemente, comprobar que sus
vástagos son tan capaces como el que más...
Claro que al día siguiente habrá que visitar
el Supermercado de El Corte Inglés y comprar los exóticos productos que
convertirán las próxima cena familiar en una sorpresa realizada por un chef de
10 años...
-- Sorpresa!!! lo ha hecho el niño...
El último tomate que compré en la frutería de
la esquina me costó 44 céntimos (un único y solitario tomate), se imaginan
ustedes cuánto sale la bromita para que el nene abrase los alimentos necesarios
para convertirse en maestro de cocina por un día?
Y qué sucederá si tu hijo no puede acceder a
esa bandejita de arándanos frescos o a esas gambas frescas que rematan el
plato? Entonces la frustración se
refugiará en una buena lata de patatas fritas de marca... y que viva el
colesterol infantil !
Porque no es que hayamos abandonado la dieta
mediterránea, es que no tenemos acceso económico a las frutas y verduras
frescas, ni al pescado fresco ni a la carne de solomillo.
Es tan fácil de entender, simplemente es que
nos hemos convertido en pobres... y por eso nos ofrecen exquisiteces culinarias
por TV a todas horas.
Para darnos envidia, y recordarnos que si no
podemos comer como en la tele es que algo estamos haciendo mal, es que la vida
no nos va tan bien como creíamos... y si
estás convencido de hacer equilibrios dietéticos entre las lentejas con chorizo
y unas judias verdes con huevos duros... entonces, será tu hijo quien te recuerde:
-- Papá, mamá, en esta casa nunca comemos los
platos de Master Chef Junnior.
Y así la cena se vuelve triste y nos iremos a
dormir en silencio, prometiéndonos a nosotros mismos que mañana será otro día y
haremos lo imposible para buscar un extra que nos permita comprarle a la niña
ese vestidito, con diadema de brillantitos a juego, que tanto nos gustó en el úlitmo Bamboleo.
Más allá de la anécdota está la categórica
explotación infantil a la que nos someten los medios. Algo que está prohibido
por ley y que una sociedad adulta debiera proteger celosamente, pues se trata
del futuro de nuestros jóvenes y ciudadanos.
Después de visitar un plató de televisión la
vida parece anodina, nuestras casas no brillan con la misma intensidad, y
nuestro sistema de climatización (supniendo que lo tengamos) no es, ni de
lejos, tan eficaz como el que respiramos en la experiencia mediática.
Los abuelos tienen arrugas y el maquillaje de
mamá no está a la altura del staff de estilismo del set..., ahora casi todo es
opaco y cutre en comparación con las candilejas de los platós.
Y ahora qué?
Los llevaremos a Disneyland París para sobrellevar la frustración de
haber sido sólo un entretenimiento en horas bajas, cuando la crisis destrozaba
el 60% de los hogares españoles?
Y cómo lo hacemos? A plazos?
Si acaso estas líneas necesitaran alguna
conclusión casi mejor se la dejo a ustedes, que tanto se divierten con los
niños y las niñas en horas de máxima audiencia cuando al día siguiente los
tomates seguirán subiendo su precio inexplicablemente y todos volveremos a los
spaguetti con salsa de tomate de nuestras vidas.
Hoy, una de explotación infantil; el futuro aún no lo
conocemos, afortunadamente...
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Boga con dous remos...